jueves, 11 de octubre de 2012

10439. Muchos rostros nos dejan una profunda huella y otros nos son totalmente indiferentes

Blas recogiendo un trofeo en la Casa de Campo de Madrid
#Foto: Velasco 



18. Carlos Pérez de Guzmán fue una persona excepcional


La tarde presagiaba tormenta. El cielo se iba ennegreciendo por momentos. Pronto empezaría a llover. Aquel año de 1967 se habían producido muchas precipitaciones. Si nos dábamos prisa podríamos terminar de marcar los circuitos, para que se pudieran celebrar, al día siguiente, las pruebas de Campo a Través, en la Casa de Campo de Madrid. La salida y la llegada, de las diferentes carreras, estaba situada a escasos metros del recinto vallado, donde se mantenían recluidos a los camellos, cerca de donde actualmente hay unas pistas para jugar al tenis. El circuito mas largo llegaba hasta la Caseta del Guarda, daba allí la vuelta y seguía paralelo a la carretera que va al Parque de Atracciones, después se adentraba en el Pinar de las Siete Hermanas.
Se acababa de levantar un viento frío del sur y la humedad ya se respiraba en el ambiente.
Habíamos quedado con Carlos Pérez del Guzmán, en la salida del suburbano, en la estación de El Lago. Él era el vicepresidente de la Federación de Atletismo de Madrid. Carlos vivía en la Puerta del Ángel y era el encargado de preparar el terreno, trazando una línea con yeso o con cal, dependía del tiempo que hiciera, a lo largo del recorrido donde el domingo correrían los atletas en las diferentes salidas programadas por la FAM.
El trabajo se terminaba el día de la prueba, muy temprano, en cuanto amaneciese. Clavando unos banderines de madera con la publicidad de Coca Cola. Los empleados de la empresa de refrescos venían con una furgoneta llena de botellas, no existían todavía las latas, y nos daban una a todos los que habíamos acabado la carrera. El encargado siempre era la misma persona. También instalaba él la pancarta de meta y el embudo de llegada, con unas vallas publicitarias.
Los atletas, para no perderse ni equivocarse cuando corrían, tenían que dejar siempre los banderines a su izquierda.
La franja de terreno que estábamos atravesando se encontraba cubierta por una capa de fina hierba. Al borde la carretera se alzaban con majestuosa solemnidad las copas de los pinos.
¿Por qué tienes que marcar el circuito con tanta clase de detalles? –le pregunté a Carlos.
-Mira, me dijo, hacer este marcaje es una tradición. Es como un ritual. Es mi manera de hacer las cosas. Siempre lo he hecho así y creo que continuaré de la misma forma hasta que tenga fuerzas o pierda la ilusión.
Me quedé en silencio. No supe que decirle. Volví la cabeza y pude contemplar las huellas de un trabajo bien hecho.
Creer en nuestros propios pensamientos y ser capaz de trasmitirlos a los demás. Darle voz a la idea que late en nuestro interior. Muchos rostros nos dejan una profunda huella y otros nos son totalmente indiferentes. Para mí Pérez de Guzmán fue una persona excepcional.
Tuvimos que acelerar el paso para no mojarnos, pues ya empezaban a caer las primeras gotas de lluvia.
Entramos a la estación, con la sensación de que no habíamos realizado el marcaje con demasiado aprovechamiento. Pensábamos que aunque Carlos había hecho una línea bastante gruesa, parte de ella se iba a borrar si llovía mucho. Nos dijo que ya lo comprobaríamos al día siguiente. Que si era necesario la remarcaría.
Nos subimos otra vez al Suburbano y después de trasbordar acabamos en la Puerta del Sol. Andando por la calle Arenal llegamos a la Iglesia de San Ginés, situada a escasos metros de nuestro destino: la Chocolatería San Ginés. Allí fue donde acabamos la tarde del sábado. En la barra tomando una taza de chocolate caliente con churros, que nos reconfortó totalmente del frío que traíamos.
A la mañana siguiente, el domingo, corrí el cross en la categoría júnior. La distancia fue de cuatro kilómetros. La prueba la ganó José María Morera. Yo fui tercero después de hacer un gran esfuerzo y sufrir mucho sobre el barro que se había formado, debido a la lluvia que había caído la noche anterior.


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5492. Caminaba de pared a pared, con paso tenaz, inquieto, con las manos en la espalda, la cabeza hacia adelante, inmerso en sus pensamientos, sin molestarse en mirarnos ni hacer el más mínimo gesto que indicase que se había percatado de nuestra presencia

5475. Tuvo que pasar algún tiempo hasta que descubrí que aquel cronómetro, de 1964, no funcionaba bien cuando se corría con él en la mano

5445. Lo veía y no podía creerlo, el cronómetro se había parado en 10 segundos y 6 décimas. El récord de España, que tenía José Luis Sánchez Paraíso, de Salamanca, estaba en 10.4

5416. Nos alojamos en un Hostal del centro, y en la primera ocasión que tuve convencí a mi tío y a mi primo para que me acompañaran a la Relojería

5405. Dejé, encima de la cama, la maleta de madera, que cuatro años antes me había hecho el carpintero de mi pueblo, para viajar a Barcelona

5401. Eran las siete de la mañana, del día dos de septiembre del año 1965, cuando mi padre y yo caminábamos en silencio por la calle Barón del Solar

72. Cuenta mi padre, que se daban una buena tunda de correazos, volvían a sus casas calentitos, aunque siempre había que procurar dar y que no te dieran

71. Subía ella por la Plaza del Ayuntamiento, con su capazo de ropa apoyado en la cabeza. El agua le bajaba por la cara, empapándole la camiseta.

70. A mi abuela Serafina el trabajo se le acumulaba y no llegaba a tiempo de atender a sus diez hijos varones

69. Pidieron reunirse con Pedro de la Cruz, el Juez Árbitro, para proponerle que se cambiara la salida, que se corriera a favor del viento

68. Las piernas me pesaban como el plomo. Los brazos los movía sin control. La alegría de irme solo la pagué muy cara. Ya era tarde para rectificar

64. “El boina” nos había dicho que si no marchábamos bien nos descalificarían. El juez Arbitro Nacional Fermín Bracicorto, nos iba a controlar

61. Al estar situado cerca de la Ciudad Universitaria y del INEF, era el lugar idóneo, cuando no queríamos bajar a la Casa de Campo

54. El bigotes ganó la partida y el Campeonato. El premio que obtuve fue un tablero de ajedrez que habíamos comprado entre todos los participantes

53. No quería nada más que correr frenéticamente hasta no poder más, enfrentándome a la soledad y a la reflexión del atleta que trabaja muy duro

52. A medida que el tiempo iba pasando la fatiga aumentaba y el cansancio se apoderaba de nosotros, pero teníamos que continuar como pudiéramos

2 comentarios:

  1. que recuerdos más bonitos... y todavía con la misma ilusión de siempre y lo que queda...

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  2. Cuando pasa el tiempo los recuerdos es lo único que nos queda.

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